La escuela del millón y medio de dólares
“Qué bueno que en Ecuador ya haya el pizarrón digital”, la frase la escuché ayer de un entusiasta que tiene confianza en los cambios que anuncia el gobierno del Socialismo del Siglo XXI. Mi respuesta fue sí que bueno por esos 900 niños que asisten a la unidad educativa modelo que se construyó en un medio rural en el que entre otras carencias es secular la del sistema educativo.
Pero mi confianza no es la misma, pues todavía está viva la imagen el noticiario de la mañana en la que se mostraron las imágenes de un centenar de padres de familia que se tomaron las oficinas de la Dirección de Educación en Quito, en reclamo de nueve profesores para el plantel en cual se educan sus hijos. Y también pensé en aquellas escuelas en las que los niños reciben clases en pupitres de más de 30 años, según un inventario efectuado por una fundación y también mostrado por la televisión.
La unidad educativa modelo a un costo de un millón y medio de dólares también incluye un tutor digital, que dirige las clases desde aquel sonido hueco del altoparlante adherido al pizarrón, al que los niños escuchan, pero no ven. La tecnología digital ingresa al aula de clases con toda la despersonalización y deshumanización que eso representa. ¡Adiós! a la posibilidad de una educación imitativa de valores.
Quienes promueven este nuevo modelo de educación olvidan que la docencia se forja en la proximidad, en los afectos, en las iniciativas, en la confianza. En aquella mística y compromiso del profesor que se ocupa de las diferencias individuales y de aquella ética sustentada en el respeto al otro.
El pizarrón digital se muestra como la panacea de la salvación del sistema educativo, y frente al recurso tecnológico se coloca a niños de comunidades rurales que hasta antes de semejante inversión concurrían a las aulas unidocentes, de un solo ambiente, con piso de tierra y sin techo. En donde un solo profesor turnaba su tiempo en la enseñanza de seis grados.
En la promoción de la unidad educativa virtual no faltó la comparación provocadora: “El torneo Mis Universo nos costó 14 millones, con ese dinero pudimos haber construido 10 unidades como estas”. Sí, es cierto, pero también se podrían hacer relaciones similares con los millones de dólares que se gastan en la compra de máquinas de guerra con el único propósito de adular, y los 180 millones de dólares que costó el proyecto constitucional, ni que decir de la millonaria campaña de promoción propagandística con la que se intenta convencer que el proyecto tiene buenos propósitos y que los errores que filtraron fueron de buena fe.
Malas son las comparaciones, pero necesarias: un millón y medio de dólares es el presupuesto con el que cuentan una buena parte de los pequeños municipios del país y con el cual, entre otros fines, deben construir escuelas, reparar sus techos, colocar letrinas, pintar pizarrones sobre las paredes y dotar de tizas y maestros para que millones de niños reciban la instrucción básica y tengan la esperanza de alcanzar la formación suficiente que un día les hará libres.
martes, 2 de septiembre de 2008
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