domingo, 11 de enero de 2009

El Quinto Poder debe responder a elección popular

El Quinto Poder debe responder a elección popular

Quedó comprobado. En un país guiado por el factor emocional, como el nuestro, hay que tener un padrino para poder bautizarse.
La elección del Quinto Poder (el de participación ciudadana) debe responder a votación por elección popular y no a un concurso de méritos. Pues, porque en este país de compromisos afectivos adquiridos y resentimientos y rencores sin olvidar ni superar; ningún jurado es libre de actuar con afectos y desafectos.
El Quinto Poder, como la idoneidad y transparencia en los concursos, funciona en los discursos, pero empieza la buena fe a distorsionarse en la interpretación de los instructivos y reglamentos. La calificación de méritos ya estaba viciada de subjetividad desde la misma concepción de los fines que deberá cumplir el Quinto Poder, entre los cuales el único concreto es el de la designación de quienes serán responsables de las entidades de control del Estado, las otras misiones corresponden a aquellas que bien la sabiduría popular les ha dado el nombre de buenos propósitos.
La participación ciudadana en un país diverso y deliberadamente fragmentado al extremo de la intolerancia, en grupos que hasta han antagonizado en el interior del concepto de la estructura actual de poder definido como alianza país, solo persigue un manejo uniforme y vertical que tiene su origen en un buró de frío cálculo electoralista.
Que el Quito Poder, cuya conformación ha fracasado por contradecir la propia naturaleza de la sociedad a la que aspira representar desde un solo horizonte cultural e ideológico, espere, y si es el caso, su designación debería incluirse en la lotería de la elección popular; que si bien es también susceptible de reafirmar la tendencia del movimiento que obtiene la preferencia mayoritaria; sin embargo, es el único instrumento de determinación de dignidades más próximo a lo que conocemos como democracia.
La transitoria constitucional para la designación del Quinto Poder que quede escrita en el texto de la Carta Magna, que como muchos otros principios necesitará, primero, que la sociedad y sus actores maduren a una racionalidad a toda prueba, pero, principalmente, de aquellas influencias emocionales, y si acaso alguien sospecha que la nadie se ha dado cuenta, de esos intereses personales y mezquinos de grupos extremistas, de cualquier tendencia ideológica, que intenta acaparar un poder omnímodo y mantenerlo a cualquier costo, aunque estos fueren los de la dignidad y la decencia.