viernes, 27 de agosto de 2010

A los familiares del muerto

A los familiares del muerto

Se ha vuelto una constante macabra en los medios. Correr hasta donde están los familiares del muerto. En este caso del único sobreviviente y de, hasta el momento seis de los muertos, en la masacre de México.
Como si la descomposición social que vive México estuviera en la parroquia Gerr, del cantón Cañar, la reportería apunta nuevamente las cámaras a los rostros de los campesinos, a su estupor y sus naturales demostraciones de dolor y de tristeza.
Otros hacen relaciones entre la actividad del coyotero que traslada a sus vecinos y hasta familiares al cumplimiento de sus aspiraciones de viaje; y hasta hay quien todavía manifiesta discursos lastimeros y prejuiciosos sobre las “supuestas” situaciones de miseria y abandono gubernamental del sector campesino e indígena.
Con imágenes de carreteras lastradas, plantaciones de papas y casas de adobe pretenden justificar un discurso periodístico tan distante de la realidad rural como lo está el equipo gubernamental al que lanza las críticas.
En ese mismo entorno que el periodista dibuja para sus televidentes no se pueden evitar las edificaciones conseguidas con el dinero que la emigración ya ha apartado por más de 75 años, y ha permitido mejores condiciones de vida a casi cuatro generaciones de habitantes del Austro.
En ese mismo discurso incapaz de desarrollar empatía con el otro; se confunde el natural silencio de los campesinos, motivado por la incertidumbre, con la amenaza y la advertencia de lo que llaman “mafias de coyoteros”. “Los familiares ya han sido amenazados” repetía un locutor de radio; en un claro intento por relacionar la abominable matanza de las 72 personas en México con el entorno apacible y rural de la sierra austral.
En respuesta, la militarización de la zona. De pronto el poder gubernamental interviene con lo único que sabe hacer: el uso de la fuerza y el elemento sorpresa: rodear y atestar de policías y militares el pequeño poblado rural.
La masacre ocurrida en México pone en evidencia que el interés natural por emigrar enfrenta barreras en las fronteras que son peores que los muros de acero y concreto: una descomposición social en México y sus estados de frontera en cuyos territorios es evidente que al gobierno mexicano se le ha salido de control; y la indolencia del gobierno norteamericano incapaz de asumir situaciones de igualdad para los emigrantes que todavía consideran que es “el país de las oportunidades”.