sábado, 13 de febrero de 2010

El Ecuador un estado en formación

El Ecuador es un estado en formación
En el Ecuador sobran las palabras para definir a un Estado aun inexistente. Es tan vulnerable su estructura que todavía sus habitantes no han acertado a colocarle un verdadero nombre. El último que ha recibido este estado en ciernes asegura que: “El Ecuador es un estado constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico. Se organiza en forma de república y se gobierna de manera descentralizada”.
En 1998 el acuerdo fue denominarlo: “El Ecuador es un estado social de derecho, soberano, unitario, independiente, democrático, pluricultural y multiétnico. Su gobierno es republicano, presidencial, electivo, representativo, responsable, alternativo, participativo y de administración descentralizada”. Claro, en los dos casos los sentidos estaban de acuerdo a la última tendencia, lo que hacía presuponer que estábamos en avanzada. En esa categoría de ilusión de pensar que somos los únicos y, sobre todo, los únicos en oposición todos, al resto del mundo.
Esa definición de estado perfecto y una acción de gobierno, supuestamente, igual de revolucionaria con relación al resto y capaz de antagonizar con los sistemas de mayor hegemonía y hasta susceptible de preocupación de los regímenes que ejercen dominio en medio mundo y del primer mundo; lleva a ensoñaciones muy parecidas a las que dominaban aquel teatro y cine del absurdo y misterio de los realizadores surrealistas.
Dentro de esa misma lógica incomprensible y audaz; la auspiciante de un proyecto de ley de comunicación no tenía reparos en asumir y vanagloriarse de que su propuesta era única, nunca antes concebida y que ya preocupaba hasta a la Unión Europea. Tan única y visionaria era, que contradecía todos los principios, derechos y saberes convenidos garantizados por las naciones del orbe.
Para cerebros con tamaña audacia les resulta incomprensible el que se levanten voces de protesta en la ciudad de Guayaquil, ciudad metrópoli y portuaria en la que residen las economías más prósperas, en la que en un día cualquiera un ser humano puede juntar 30 dólares en cualquier esquina con un balde de jugos y duplicar esa cantidad con la venta de chocolates en el recorrido de un bus interprovincial entre la terminal terrestre y el puente sobre el río Guayas. Y en casos extremos hacerse de dinero y propiedades ajenas al mejor estilo de los mostrados en cualquier serie televisiva. Situación que, desde luego, no es siquiera pensable en el resto de la patria.
Claro que allí hay un alcalde que defiende ese orden establecido y también los intereses de quienes más han acumulado en el golfo a lo largo de la ya larga vida republicana. Pero, de allí a pensar que se trata de liderazgos de parroquia y llamar cantón a la ciudad cuyo motor es la economía y, en la actualidad centra también la contraparte ideológica y política del Socialismo del Siglo XXI, es olvidar que el estado ecuatoriano está en conformación y con una constitución que reconoce que el Ecuador “se organiza en forma de república y se gobierna de manera descentralizada”.