miércoles, 29 de abril de 2009

El que piensa se coloca bajo sospecha

El que piensa se coloca bajo sospecha

Cada vez que alguien piensa de manera diferente es visto con suspicacia. Y esas sospechas surgen de una limitada apreciación y respeto por el otro.
¡Cómo alguien puede presumir y elucubrar sobre el otro sin siquiera conocerle? porque estamos habituados a encasillarnos a nosotros mismos, a definirnos como seres identificados en determinados grupos. Si pensamos como alguien más nos complacemos porque creemos que la reflexión de tan repetida es compartida y buena.
En ese grupo en el que todos parecen estar de acuerdo, quien plantee inquietudes distintas será observado y se le buscará una grey a la que corresponda. Porque solo no podrá existir.
Así nacieron los partidos en un país en el que ahora se multiplicaron en movimientos. Cada uno en búsqueda de su grey y a defenderla de la única manera posible: con actitud de manada, con la provocación y el agravio.
Es una pena que la medida de la confianza y el desacuerdo con el pensamiento diferente sea la ofensa, el insulto. En lugar de encontrar en el desacuerdo el valor de los puntos de vista distintos que ayudan a construir, nos empeñamos en profundizar en las diferencias.
Es que acaso las elecciones se crearon para marcar desacuerdos y tensiones; si esa fuera el caso todas las sociedades habrían mantenido las guerras para resolver las hegemonías; pero no, la sociedades evolucionaron y la construcción de participación requiere la contribución reflexiva de todos.
No es posible que la promoción electoral sea reducida a anuncios de insultos, vejámenes y que aún continúen luego del proceso con la descalificación de los rivales. Como tampoco está bien que un acto democrático de presentación de ofertas políticas sea entendido como una contienda de la que solo resultan ganadores y perdedores.
Si alguien pretendiera quedarse para siempre en el poder no debería optar por un sistema de elecciones, pues como principio un proceso eleccionario obliga a reconocer la posibilidad de que una mayoría elija no necesariamente a uno, sino al otro. Ese reconocimiento a la posibilidad del contendiente solo es posible en una sociedad de valores, de profundas reflexiones y de equilibrio de poderes. Una sociedad democrática, que fomente las libertades, las responsabilidades y, sobre todo la igualdad de oportunidades.