sábado, 9 de octubre de 2010

Prometeo deportado el desencanto de un país

Prometeo deportado el desencanto de un país

Prometeo deportado, la película de Fernando Mieles, vuelve a indagar en un tema recurrente en la literatura y el cine: la inexorable existencia de los seres humanos atrapados en el desencanto de su propia existencia.
Ya en 1946, George Orwel, en La rebelión de la graja, puso en evidencia los límites a los que puede llegar el abuso del poder, la intolerancia y el miedo en sucesivos episodios de sometimiento y revoluciones. El libro que es una alegoría de las revoluciones fue adaptada al cine por Joy Batchelor y John Halas en 1954.
Otra referencia al comportamiento humano desbordado a la deshumanización y el absurdo es la novela de José Saramago, Ensayo sobre la ceguera, en ella también se alegoriza sobre un mundo de seres atrapados en la incertidumbre y la pérdida de esperanza. Llevada al cine por el brasileño Fernando Meirelles, Ensayo sobre la ceguera mostró un escenario desolador en el que las necesidades de sobrevivencia ponían a los seres humanos a competir por alimentos y el control de los pequeños espacios de poder que ofrecía el encierro y la uniformidad de la ceguera y el terror.
Fernando Mieles, en Prometeo deportado, toma como pretexto la migración para volver uniforme a un grupo de seres humanos atrapados en una sala de embarque de un aeropuerto internacional que tienen en común su procedencia. Ser ecuatorianos constituye, entonces, su desesperanza y la posibilidad de retorno su miedo permanente y recurrente. Una película cuya verosimilitud y el lenguaje vulgar, a veces obsceno se compara con los shows televisivos, el teatro callejero y los programas de entretenimiento. Maneja los mismos símbolos cargados de estereotipos que, supuestamente, identifican a determinados sectores de la población, urbano marginales y rurales; así como de la mujer y los indios. Eso, claro, entretiene a auditorios acostumbrados a reír a carcajadas con bromas sexistas, racista, xenófobas y hasta violentas frente a la peor programación de televisión.
Si hay un mérito es el atreverse al relato cinematográfico con escenas y secuencias discontinuas. Eso consigue, Mieles, al poner en escena a actores importados del teatro quienes están familiarizados con largas líneas de actuación y narración; sin embargo hay pasajes de la historia que se vuelven reiterativos y hasta tediosos y previsibles. En el empeño del manejo actoral teatralizado ocurre que se pierde continuidad en varios pasajes y quedan personajes y protagonistas sueltos.
La historia de Mieles si tiene un final y lo consigue con gracia y magia; un final feliz, también propio de culebrón televisivo, en el que la trama de la migración desaparece y emerge la del sinsentido.