Los paradigmas tienen valor hasta que surgen unos nuevos. Así se ha desarrollado la historia reciente, la que ha estado bajo la marca del progreso, el desarrollo, la ciencia y la comunicación. Al parecer, esa sucesión de paradigmas han dominado el mundo y han permitido el adueñarse de él. “Nada hay que no pueda alcanzar la fortaleza” repetía el emperador romano convencido, como debió haber estado, del paradigma de la fuerza y de la imposición del poder a sangre y espada. En sociedades belicistas la guerra fortaleció el paradigma del progreso y las armas han desfilado por milenios junto a blasones que mantenían los símbolos de los imperios.
Esos mismos paradigmas de expansión, de terror, de ocupación sustituyeron las armas por palabras y los sonidos de las palabras por letras y los significados del idioma por imágenes, configurando así el paradigma de la comunicación y sus brazos armados la tecnología y comunicación mediática. Así parecía el poder convencido y envilecido de gloria y ha multiplicado su expansión y ocupación por todos los rincones a los que ha sido capaz de extender e influir con sus dominios e intereses económicos y políticos.
El paradigma de la comunicación no ha hecho otra cosa que reproducir el poder en su infinidad de formas, funciones y roles; de imponer por la fuerza de la persuasión los modelos de comportamiento, actitudes y valores necesarios para el soporte del porvenir de unos pocos y de apenas sobrevivir para la mayoría.
Visto así el paradigma de la comunicación parecería corresponder de manera directa a los intereses del poder representado en la economía y la política ajustadas al orden establecido. Si hubiera una correspondencia directa entre complicación y perfeccionamiento; la comunicación, que ha llegado incluso a sustituir a la educación y a la cultura, sería el modelo correcto y perfecto. Sin embargo, si algo ha demostrado el paso del tiempo y lo ha registrado la historia; es que los paradigmas se han sucedido unos a otros. Los viejos modelos fueron sustituidos por unos nuevos.
¿Cuál es entonces el paradigma que sustituirá a la comunicación? Con seguridad su medida. Representada en aquellas categorías que han caminado junto a los paradigmas en una suerte de buen consejero, pero que ignorados y relegados se ha llegado incluso a negar su existencia: los valores contenidos en la ética y la estética.
Una ética de la responsabilidad, que en comunicación exige la verdad. Y una estética de la sensibilidad. Que lleve a los seres humanos de vuelta a las sensaciones y a las emociones. A la construcción de pensamientos e intercambio de dones. Y no hablamos del don que caracterizaba al santo ícono del paradigma de las religiones; nos referimos a los dones que se comparten en los grupos primarios: como el amor y la correspondencia a la familia; la lealtad a la aprobación de la amistad; y la fidelidad y el respeto al amor. Dones sin valor de cambio ni precio, y que sin embargo de los que se comparte y participa sin esperar ninguna recompensa.
martes, 2 de febrero de 2010
Bastardos sin gloria: la muerte en escenario real
Bastardos sin gloria: la muerte en escenario real
Quizá sea el holocausto provocado por el nazismo sea uno de los temas con mayor recurrencia en el cine. Y al igual que la muerte y el amor ha provocado los mayores argumentos en esa extraña mezcla de emociones que significan los extremos entre el amor y el dolor.
Quentin Tarantino, en la película “Bastardos sin gloria” se recrea en lo que mejor sabe hacer: jugar con el realismo al imaginar escenarios sangrientos en los que coloca en situación de oposición las emociones.
La guerra es el pretexto para el director, para en ella colocar un grupo de bastardos en el frente aliado con la misión de una secuencia de exterminio cruento y aleccionador. Sin embargo no es menor sagaz para identificar en la tropa alemana a oficiales con elevada inteligencia y disciplina para desarrollara la campaña del horror que significó la búsqueda (caza) de judíos en los territorios ocupados.
Tarantino no está interesado en el registro histórico ni en la secuencia lógica del conflicto. Su ficción indaga también, y con maestría, los estados anímicos alterados y aguzados por la astucia, la crueldad y el miedo. La que se necesita para hacer cine y mostrar los efectos del cine dentro de una misma película. Lo hace por actos y con desenlaces impensables.
Se detiene en los rostros, en aquellas expresiones faciales y señas particulares de las emociones, y consigue los efectos deseados con grandes cualidades actorales y encanto de los protagonistas: el dulce rostro de una mujer marcado por la traumática necesidad de venganza; la mirada y sonrisa cándida y casi infantil de un oficial alemán que es aclamado por sus hazañas de guerra; la del dolor de un hombre bueno que es obligado a faltar a su palabra.
En esos extremos, a veces intolerables y provocadores, Tarantino construye un mensaje que coloca al ser humano en el umbral de la negación de sus valores; quizá al mismo lugar en el que se ubica el holocausto y cualquier otro escenario de caos y guerra. En los cuales se pone a prueba la resistencia física y el equilibrio emocional.
El filme es equilibrado con magníficas escenografías, sentido estético en la composición, extraordinaria musicalización sinfónica y control absoluto de la fotografía.
Quizá sea el holocausto provocado por el nazismo sea uno de los temas con mayor recurrencia en el cine. Y al igual que la muerte y el amor ha provocado los mayores argumentos en esa extraña mezcla de emociones que significan los extremos entre el amor y el dolor.
Quentin Tarantino, en la película “Bastardos sin gloria” se recrea en lo que mejor sabe hacer: jugar con el realismo al imaginar escenarios sangrientos en los que coloca en situación de oposición las emociones.
La guerra es el pretexto para el director, para en ella colocar un grupo de bastardos en el frente aliado con la misión de una secuencia de exterminio cruento y aleccionador. Sin embargo no es menor sagaz para identificar en la tropa alemana a oficiales con elevada inteligencia y disciplina para desarrollara la campaña del horror que significó la búsqueda (caza) de judíos en los territorios ocupados.
Tarantino no está interesado en el registro histórico ni en la secuencia lógica del conflicto. Su ficción indaga también, y con maestría, los estados anímicos alterados y aguzados por la astucia, la crueldad y el miedo. La que se necesita para hacer cine y mostrar los efectos del cine dentro de una misma película. Lo hace por actos y con desenlaces impensables.
Se detiene en los rostros, en aquellas expresiones faciales y señas particulares de las emociones, y consigue los efectos deseados con grandes cualidades actorales y encanto de los protagonistas: el dulce rostro de una mujer marcado por la traumática necesidad de venganza; la mirada y sonrisa cándida y casi infantil de un oficial alemán que es aclamado por sus hazañas de guerra; la del dolor de un hombre bueno que es obligado a faltar a su palabra.
En esos extremos, a veces intolerables y provocadores, Tarantino construye un mensaje que coloca al ser humano en el umbral de la negación de sus valores; quizá al mismo lugar en el que se ubica el holocausto y cualquier otro escenario de caos y guerra. En los cuales se pone a prueba la resistencia física y el equilibrio emocional.
El filme es equilibrado con magníficas escenografías, sentido estético en la composición, extraordinaria musicalización sinfónica y control absoluto de la fotografía.
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