El que piensa se coloca bajo sospecha
Cada vez que alguien piensa de manera diferente es visto con suspicacia. Y esas sospechas surgen de una limitada apreciación y respeto por el otro.
¡Cómo alguien puede presumir y elucubrar sobre el otro sin siquiera conocerle? porque estamos habituados a encasillarnos a nosotros mismos, a definirnos como seres identificados en determinados grupos. Si pensamos como alguien más nos complacemos porque creemos que la reflexión de tan repetida es compartida y buena.
En ese grupo en el que todos parecen estar de acuerdo, quien plantee inquietudes distintas será observado y se le buscará una grey a la que corresponda. Porque solo no podrá existir.
Así nacieron los partidos en un país en el que ahora se multiplicaron en movimientos. Cada uno en búsqueda de su grey y a defenderla de la única manera posible: con actitud de manada, con la provocación y el agravio.
Es una pena que la medida de la confianza y el desacuerdo con el pensamiento diferente sea la ofensa, el insulto. En lugar de encontrar en el desacuerdo el valor de los puntos de vista distintos que ayudan a construir, nos empeñamos en profundizar en las diferencias.
Es que acaso las elecciones se crearon para marcar desacuerdos y tensiones; si esa fuera el caso todas las sociedades habrían mantenido las guerras para resolver las hegemonías; pero no, la sociedades evolucionaron y la construcción de participación requiere la contribución reflexiva de todos.
No es posible que la promoción electoral sea reducida a anuncios de insultos, vejámenes y que aún continúen luego del proceso con la descalificación de los rivales. Como tampoco está bien que un acto democrático de presentación de ofertas políticas sea entendido como una contienda de la que solo resultan ganadores y perdedores.
Si alguien pretendiera quedarse para siempre en el poder no debería optar por un sistema de elecciones, pues como principio un proceso eleccionario obliga a reconocer la posibilidad de que una mayoría elija no necesariamente a uno, sino al otro. Ese reconocimiento a la posibilidad del contendiente solo es posible en una sociedad de valores, de profundas reflexiones y de equilibrio de poderes. Una sociedad democrática, que fomente las libertades, las responsabilidades y, sobre todo la igualdad de oportunidades.
miércoles, 29 de abril de 2009
sábado, 4 de abril de 2009
Ya no hay espacio para el periodismo envanecido
Ya no hay espacio para el periodismo envanecido
Con la despedida del presentador de televisión Carlos Vera, del programa de noticias y entrevistas Contacto en Directo de Ecuavisa, desaparece de la pantalla aquella imagen del periodista envanecido.
Vera, con una larga trayectoria en el medio de comunicación televisivo, representó siempre aquel avatar de periodista provocador, ingenioso, sagaz, perspicaz y con esa habilidad para hilvanar la frase corta punzante y la pregunta inquisidora; pero también hizo la representación del comunicador engreído, presumido y soberbio.
Un doble juego en la construcción de la imagen de un presentador de televisión que además manejaba ese doble ejercicio de la moral que no dejaba de causar incertidumbre en los consumidores de la ilusión noticiosa de la pantalla; pues no dudaba en exteriorizar sus afectos y desafectos, en lo político ideológico que le correspondió enfrentar como presentador y también al anunciar a luz pública su liberal vida afectiva.
En aquel doble juego de recreación de roles y representación profesionales fue presentador de noticias y también funcionario público. Si bien, no de manera simultánea como correspondía a un comportamiento ético, pues el ejercicio paralelo de las dos actividades resulta incompatible e irresponsable.
Antes de su despedida de la pantalla Vera daba avisos de un estado de perturbación bastante próximo a la soberbia y la ira. Dos episodios que recuerdo: el presentador ha recorrido a esa actitud insoportable de levantar la voz a los subalternos asistentes de piso. Ha tenido que hacer un conteo hasta diez para retomar la calma que le permita continuar una entrevista y al día siguiente ha vuelto a llamar la atención a los asistentes por una desconexión del apuntador, aquel artilugio que no es otra cosa que un audífono que los presentadores llevan todo el tiempo y por el cual pueden escuchar al equipo de producción que labora para que el presentador se luzca todo el tiempo.
Acosado por el cansancio se despide un presentador que entendió mal el servicio público del rol del periodista y que en su arrogancia se ensañó en un ejercicio de oposición contra un régimen de gobierno que cuenta con respaldo popular y contra un mandatario que hizo de la crítica a la prensa, en general, una de sus estrategias de recuperación de imagen.
Se ausenta de la pantalla un estilo de hacer periodismo desde el culto a la imagen individual, arrogante y sínica del atractivo físico, se desploma la concepción del paladín y defensor de los que no tienen voz, y en el caso de Vera, supuestamente, de los que “tienen miedo”.
El periodismo nuevo, el que se requiere, debe ser de construcción colectiva, próximo a la gente, a los ciudadanos, el que surge de un trabajo de equipo y cuya dirección es el servicio público responsable.
El periodismo envanecido es improductivo en sus dos acepciones: soberbio, engreído, arrogante; y también, vacío, vano, sin frutos.
Ojalá ese ejercicio de representación del presentador de televisión no sea un remedo de la soberbia y que los aprendices de Vera reflexionen en sus responsabilidades como periodistas, y que los medios orienten sus programas informativos en su entera correspondencia con los intereses ciudadanos, colectivos.
Con la despedida del presentador de televisión Carlos Vera, del programa de noticias y entrevistas Contacto en Directo de Ecuavisa, desaparece de la pantalla aquella imagen del periodista envanecido.
Vera, con una larga trayectoria en el medio de comunicación televisivo, representó siempre aquel avatar de periodista provocador, ingenioso, sagaz, perspicaz y con esa habilidad para hilvanar la frase corta punzante y la pregunta inquisidora; pero también hizo la representación del comunicador engreído, presumido y soberbio.
Un doble juego en la construcción de la imagen de un presentador de televisión que además manejaba ese doble ejercicio de la moral que no dejaba de causar incertidumbre en los consumidores de la ilusión noticiosa de la pantalla; pues no dudaba en exteriorizar sus afectos y desafectos, en lo político ideológico que le correspondió enfrentar como presentador y también al anunciar a luz pública su liberal vida afectiva.
En aquel doble juego de recreación de roles y representación profesionales fue presentador de noticias y también funcionario público. Si bien, no de manera simultánea como correspondía a un comportamiento ético, pues el ejercicio paralelo de las dos actividades resulta incompatible e irresponsable.
Antes de su despedida de la pantalla Vera daba avisos de un estado de perturbación bastante próximo a la soberbia y la ira. Dos episodios que recuerdo: el presentador ha recorrido a esa actitud insoportable de levantar la voz a los subalternos asistentes de piso. Ha tenido que hacer un conteo hasta diez para retomar la calma que le permita continuar una entrevista y al día siguiente ha vuelto a llamar la atención a los asistentes por una desconexión del apuntador, aquel artilugio que no es otra cosa que un audífono que los presentadores llevan todo el tiempo y por el cual pueden escuchar al equipo de producción que labora para que el presentador se luzca todo el tiempo.
Acosado por el cansancio se despide un presentador que entendió mal el servicio público del rol del periodista y que en su arrogancia se ensañó en un ejercicio de oposición contra un régimen de gobierno que cuenta con respaldo popular y contra un mandatario que hizo de la crítica a la prensa, en general, una de sus estrategias de recuperación de imagen.
Se ausenta de la pantalla un estilo de hacer periodismo desde el culto a la imagen individual, arrogante y sínica del atractivo físico, se desploma la concepción del paladín y defensor de los que no tienen voz, y en el caso de Vera, supuestamente, de los que “tienen miedo”.
El periodismo nuevo, el que se requiere, debe ser de construcción colectiva, próximo a la gente, a los ciudadanos, el que surge de un trabajo de equipo y cuya dirección es el servicio público responsable.
El periodismo envanecido es improductivo en sus dos acepciones: soberbio, engreído, arrogante; y también, vacío, vano, sin frutos.
Ojalá ese ejercicio de representación del presentador de televisión no sea un remedo de la soberbia y que los aprendices de Vera reflexionen en sus responsabilidades como periodistas, y que los medios orienten sus programas informativos en su entera correspondencia con los intereses ciudadanos, colectivos.
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