Medios echan fuego tras los rabos de paja
Que difícil le resultó al régimen de Rafael Correa sostener su eslogan de las manos limpias. Primero fue el ministro de los deportes y luego el de seguridad.
Gustavo Larrea declina a la candidatura de asambleísta por el escándalo que lo relaciona con Ignacio Chuavín, un ex colaborador suyo a quien la fiscalía vincula en las indagaciones, que por tráfico de drogas, influencias y enriquecimiento ilícito, sigue a los hermanos Ostaiza, una suerte de mafiosos criollos que se manejaban con las típicas estrategias de creación de fachadas aproximándose a miembros de instituciones de poder: policías, militares, políticos.
Los Ostaiza hicieron negocios y amistades en altos niveles institucionales y el más próximo a la cúpula de poder fue el enlace con Ignacio Chauvín y Larrea. Esa posición les ubicó en una proximidad bastante cercana a Correa.
Ignacio Chauvín se mantendrá en la clandestinidad, al menos hasta que pase el proceso electoral del que también le han sugerido a Larrea apartarse. Y es que el cálculo electoral cuenta en este proceso, que será también la medida del desgaste político de Correa y su movimiento Alianza País, luego de dos largos años electorales.
Los medios de comunicación, en esta representación mafiosa criolla que se venía venir desde que Colombia bombardeo el campamento que para sus relaciones exteriores había plantado la guerrilla de las FARC en Angostura, un espacio de territorio ecuatoriano en la margen del río Putumayo, le han seguido el paso con antorchas encendidas y en búsqueda de cada rabo de paja. Y es que la versión colombiana de la permanencia de la FARC en Angustura apuntaba a esos nexos obscuros que suele crear la mafia.
El gobierno ha actuado con prudencia, tras el misterio del paradero del funcionario Chauvín, y la renuncia de Larrea a su candidatura; le queda evitar los otros frentes que los tentáculos del presunto caso de narcotráfico dejan con cada movimiento del expediente abierto en la Fiscalía y la Policía. Además deberá controlar la fragilidad de su frente interno menoscabado con las elecciones intermedia, que lejos de fortalecer la unidad, puso de manifiesto los endebles acuerdos del espectro de grupos que integran la alianza.
Fernando Valda, un ex miembro y activista de la Alianza, ahora convertido en personaje muy incómodo para un régimen al que antes apoyaba y del que se retiró por inconformidad muestra denuncias sustentadas en posesión de grabaciones de conversaciones que al parecer involucran y comprometen a la mismísima cúpula del buró de la Alianza, en ese despreciable juego mafioso criollo.
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