Los personajes de Oscar Wilde hablan del amor
Cuando los personajes de Oscar Wilde hablan del amor lo hacen con un natural apego de este sentimiento con la vida. Y como la vida en los extremos de la ternura, la vitalidad, el sacrificio y la muerte.
Solamente la exposición de unas frases sueltas para halagar a aquellos espíritus todavía sensibles a las palabras y a los afectos y sensaciones que estas desencadenan.
Ruiseñor-. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.
Golondrina -¡Qué hermosas son las estrellas - y qué poderosa es la fuerza del amor!
-Me da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrina -dijo el Príncipe-. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.
-Todo el lugar que amamos es para nosotros el mundo -dijo una rueda unida en otro tiempo a una vieja caja de pino y muy orgullosa de su corazón destrozado-; pero el amor no está de moda; los poetas lo han matado. Han escrito tanto sobre él, que nadie los cree ya, cosa que no me extraña. El verdadero amor sufre y calla... El romanticismo es algo del pasado.
-¡Qué estupidez! -exclamó la candela romana-. La novela no muere nunca. ¡Se parece a la luna: vive siempre! Realmente, los recién casados se aman tiernamente.
domingo, 14 de febrero de 2010
sábado, 13 de febrero de 2010
El Ecuador un estado en formación
El Ecuador es un estado en formación
En el Ecuador sobran las palabras para definir a un Estado aun inexistente. Es tan vulnerable su estructura que todavía sus habitantes no han acertado a colocarle un verdadero nombre. El último que ha recibido este estado en ciernes asegura que: “El Ecuador es un estado constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico. Se organiza en forma de república y se gobierna de manera descentralizada”.
En 1998 el acuerdo fue denominarlo: “El Ecuador es un estado social de derecho, soberano, unitario, independiente, democrático, pluricultural y multiétnico. Su gobierno es republicano, presidencial, electivo, representativo, responsable, alternativo, participativo y de administración descentralizada”. Claro, en los dos casos los sentidos estaban de acuerdo a la última tendencia, lo que hacía presuponer que estábamos en avanzada. En esa categoría de ilusión de pensar que somos los únicos y, sobre todo, los únicos en oposición todos, al resto del mundo.
Esa definición de estado perfecto y una acción de gobierno, supuestamente, igual de revolucionaria con relación al resto y capaz de antagonizar con los sistemas de mayor hegemonía y hasta susceptible de preocupación de los regímenes que ejercen dominio en medio mundo y del primer mundo; lleva a ensoñaciones muy parecidas a las que dominaban aquel teatro y cine del absurdo y misterio de los realizadores surrealistas.
Dentro de esa misma lógica incomprensible y audaz; la auspiciante de un proyecto de ley de comunicación no tenía reparos en asumir y vanagloriarse de que su propuesta era única, nunca antes concebida y que ya preocupaba hasta a la Unión Europea. Tan única y visionaria era, que contradecía todos los principios, derechos y saberes convenidos garantizados por las naciones del orbe.
Para cerebros con tamaña audacia les resulta incomprensible el que se levanten voces de protesta en la ciudad de Guayaquil, ciudad metrópoli y portuaria en la que residen las economías más prósperas, en la que en un día cualquiera un ser humano puede juntar 30 dólares en cualquier esquina con un balde de jugos y duplicar esa cantidad con la venta de chocolates en el recorrido de un bus interprovincial entre la terminal terrestre y el puente sobre el río Guayas. Y en casos extremos hacerse de dinero y propiedades ajenas al mejor estilo de los mostrados en cualquier serie televisiva. Situación que, desde luego, no es siquiera pensable en el resto de la patria.
Claro que allí hay un alcalde que defiende ese orden establecido y también los intereses de quienes más han acumulado en el golfo a lo largo de la ya larga vida republicana. Pero, de allí a pensar que se trata de liderazgos de parroquia y llamar cantón a la ciudad cuyo motor es la economía y, en la actualidad centra también la contraparte ideológica y política del Socialismo del Siglo XXI, es olvidar que el estado ecuatoriano está en conformación y con una constitución que reconoce que el Ecuador “se organiza en forma de república y se gobierna de manera descentralizada”.
En el Ecuador sobran las palabras para definir a un Estado aun inexistente. Es tan vulnerable su estructura que todavía sus habitantes no han acertado a colocarle un verdadero nombre. El último que ha recibido este estado en ciernes asegura que: “El Ecuador es un estado constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico. Se organiza en forma de república y se gobierna de manera descentralizada”.
En 1998 el acuerdo fue denominarlo: “El Ecuador es un estado social de derecho, soberano, unitario, independiente, democrático, pluricultural y multiétnico. Su gobierno es republicano, presidencial, electivo, representativo, responsable, alternativo, participativo y de administración descentralizada”. Claro, en los dos casos los sentidos estaban de acuerdo a la última tendencia, lo que hacía presuponer que estábamos en avanzada. En esa categoría de ilusión de pensar que somos los únicos y, sobre todo, los únicos en oposición todos, al resto del mundo.
Esa definición de estado perfecto y una acción de gobierno, supuestamente, igual de revolucionaria con relación al resto y capaz de antagonizar con los sistemas de mayor hegemonía y hasta susceptible de preocupación de los regímenes que ejercen dominio en medio mundo y del primer mundo; lleva a ensoñaciones muy parecidas a las que dominaban aquel teatro y cine del absurdo y misterio de los realizadores surrealistas.
Dentro de esa misma lógica incomprensible y audaz; la auspiciante de un proyecto de ley de comunicación no tenía reparos en asumir y vanagloriarse de que su propuesta era única, nunca antes concebida y que ya preocupaba hasta a la Unión Europea. Tan única y visionaria era, que contradecía todos los principios, derechos y saberes convenidos garantizados por las naciones del orbe.
Para cerebros con tamaña audacia les resulta incomprensible el que se levanten voces de protesta en la ciudad de Guayaquil, ciudad metrópoli y portuaria en la que residen las economías más prósperas, en la que en un día cualquiera un ser humano puede juntar 30 dólares en cualquier esquina con un balde de jugos y duplicar esa cantidad con la venta de chocolates en el recorrido de un bus interprovincial entre la terminal terrestre y el puente sobre el río Guayas. Y en casos extremos hacerse de dinero y propiedades ajenas al mejor estilo de los mostrados en cualquier serie televisiva. Situación que, desde luego, no es siquiera pensable en el resto de la patria.
Claro que allí hay un alcalde que defiende ese orden establecido y también los intereses de quienes más han acumulado en el golfo a lo largo de la ya larga vida republicana. Pero, de allí a pensar que se trata de liderazgos de parroquia y llamar cantón a la ciudad cuyo motor es la economía y, en la actualidad centra también la contraparte ideológica y política del Socialismo del Siglo XXI, es olvidar que el estado ecuatoriano está en conformación y con una constitución que reconoce que el Ecuador “se organiza en forma de república y se gobierna de manera descentralizada”.
martes, 2 de febrero de 2010
Comunicación: Las responsabilidades ética y estética
Los paradigmas tienen valor hasta que surgen unos nuevos. Así se ha desarrollado la historia reciente, la que ha estado bajo la marca del progreso, el desarrollo, la ciencia y la comunicación. Al parecer, esa sucesión de paradigmas han dominado el mundo y han permitido el adueñarse de él. “Nada hay que no pueda alcanzar la fortaleza” repetía el emperador romano convencido, como debió haber estado, del paradigma de la fuerza y de la imposición del poder a sangre y espada. En sociedades belicistas la guerra fortaleció el paradigma del progreso y las armas han desfilado por milenios junto a blasones que mantenían los símbolos de los imperios.
Esos mismos paradigmas de expansión, de terror, de ocupación sustituyeron las armas por palabras y los sonidos de las palabras por letras y los significados del idioma por imágenes, configurando así el paradigma de la comunicación y sus brazos armados la tecnología y comunicación mediática. Así parecía el poder convencido y envilecido de gloria y ha multiplicado su expansión y ocupación por todos los rincones a los que ha sido capaz de extender e influir con sus dominios e intereses económicos y políticos.
El paradigma de la comunicación no ha hecho otra cosa que reproducir el poder en su infinidad de formas, funciones y roles; de imponer por la fuerza de la persuasión los modelos de comportamiento, actitudes y valores necesarios para el soporte del porvenir de unos pocos y de apenas sobrevivir para la mayoría.
Visto así el paradigma de la comunicación parecería corresponder de manera directa a los intereses del poder representado en la economía y la política ajustadas al orden establecido. Si hubiera una correspondencia directa entre complicación y perfeccionamiento; la comunicación, que ha llegado incluso a sustituir a la educación y a la cultura, sería el modelo correcto y perfecto. Sin embargo, si algo ha demostrado el paso del tiempo y lo ha registrado la historia; es que los paradigmas se han sucedido unos a otros. Los viejos modelos fueron sustituidos por unos nuevos.
¿Cuál es entonces el paradigma que sustituirá a la comunicación? Con seguridad su medida. Representada en aquellas categorías que han caminado junto a los paradigmas en una suerte de buen consejero, pero que ignorados y relegados se ha llegado incluso a negar su existencia: los valores contenidos en la ética y la estética.
Una ética de la responsabilidad, que en comunicación exige la verdad. Y una estética de la sensibilidad. Que lleve a los seres humanos de vuelta a las sensaciones y a las emociones. A la construcción de pensamientos e intercambio de dones. Y no hablamos del don que caracterizaba al santo ícono del paradigma de las religiones; nos referimos a los dones que se comparten en los grupos primarios: como el amor y la correspondencia a la familia; la lealtad a la aprobación de la amistad; y la fidelidad y el respeto al amor. Dones sin valor de cambio ni precio, y que sin embargo de los que se comparte y participa sin esperar ninguna recompensa.
Esos mismos paradigmas de expansión, de terror, de ocupación sustituyeron las armas por palabras y los sonidos de las palabras por letras y los significados del idioma por imágenes, configurando así el paradigma de la comunicación y sus brazos armados la tecnología y comunicación mediática. Así parecía el poder convencido y envilecido de gloria y ha multiplicado su expansión y ocupación por todos los rincones a los que ha sido capaz de extender e influir con sus dominios e intereses económicos y políticos.
El paradigma de la comunicación no ha hecho otra cosa que reproducir el poder en su infinidad de formas, funciones y roles; de imponer por la fuerza de la persuasión los modelos de comportamiento, actitudes y valores necesarios para el soporte del porvenir de unos pocos y de apenas sobrevivir para la mayoría.
Visto así el paradigma de la comunicación parecería corresponder de manera directa a los intereses del poder representado en la economía y la política ajustadas al orden establecido. Si hubiera una correspondencia directa entre complicación y perfeccionamiento; la comunicación, que ha llegado incluso a sustituir a la educación y a la cultura, sería el modelo correcto y perfecto. Sin embargo, si algo ha demostrado el paso del tiempo y lo ha registrado la historia; es que los paradigmas se han sucedido unos a otros. Los viejos modelos fueron sustituidos por unos nuevos.
¿Cuál es entonces el paradigma que sustituirá a la comunicación? Con seguridad su medida. Representada en aquellas categorías que han caminado junto a los paradigmas en una suerte de buen consejero, pero que ignorados y relegados se ha llegado incluso a negar su existencia: los valores contenidos en la ética y la estética.
Una ética de la responsabilidad, que en comunicación exige la verdad. Y una estética de la sensibilidad. Que lleve a los seres humanos de vuelta a las sensaciones y a las emociones. A la construcción de pensamientos e intercambio de dones. Y no hablamos del don que caracterizaba al santo ícono del paradigma de las religiones; nos referimos a los dones que se comparten en los grupos primarios: como el amor y la correspondencia a la familia; la lealtad a la aprobación de la amistad; y la fidelidad y el respeto al amor. Dones sin valor de cambio ni precio, y que sin embargo de los que se comparte y participa sin esperar ninguna recompensa.
Bastardos sin gloria: la muerte en escenario real
Bastardos sin gloria: la muerte en escenario real
Quizá sea el holocausto provocado por el nazismo sea uno de los temas con mayor recurrencia en el cine. Y al igual que la muerte y el amor ha provocado los mayores argumentos en esa extraña mezcla de emociones que significan los extremos entre el amor y el dolor.
Quentin Tarantino, en la película “Bastardos sin gloria” se recrea en lo que mejor sabe hacer: jugar con el realismo al imaginar escenarios sangrientos en los que coloca en situación de oposición las emociones.
La guerra es el pretexto para el director, para en ella colocar un grupo de bastardos en el frente aliado con la misión de una secuencia de exterminio cruento y aleccionador. Sin embargo no es menor sagaz para identificar en la tropa alemana a oficiales con elevada inteligencia y disciplina para desarrollara la campaña del horror que significó la búsqueda (caza) de judíos en los territorios ocupados.
Tarantino no está interesado en el registro histórico ni en la secuencia lógica del conflicto. Su ficción indaga también, y con maestría, los estados anímicos alterados y aguzados por la astucia, la crueldad y el miedo. La que se necesita para hacer cine y mostrar los efectos del cine dentro de una misma película. Lo hace por actos y con desenlaces impensables.
Se detiene en los rostros, en aquellas expresiones faciales y señas particulares de las emociones, y consigue los efectos deseados con grandes cualidades actorales y encanto de los protagonistas: el dulce rostro de una mujer marcado por la traumática necesidad de venganza; la mirada y sonrisa cándida y casi infantil de un oficial alemán que es aclamado por sus hazañas de guerra; la del dolor de un hombre bueno que es obligado a faltar a su palabra.
En esos extremos, a veces intolerables y provocadores, Tarantino construye un mensaje que coloca al ser humano en el umbral de la negación de sus valores; quizá al mismo lugar en el que se ubica el holocausto y cualquier otro escenario de caos y guerra. En los cuales se pone a prueba la resistencia física y el equilibrio emocional.
El filme es equilibrado con magníficas escenografías, sentido estético en la composición, extraordinaria musicalización sinfónica y control absoluto de la fotografía.
Quizá sea el holocausto provocado por el nazismo sea uno de los temas con mayor recurrencia en el cine. Y al igual que la muerte y el amor ha provocado los mayores argumentos en esa extraña mezcla de emociones que significan los extremos entre el amor y el dolor.
Quentin Tarantino, en la película “Bastardos sin gloria” se recrea en lo que mejor sabe hacer: jugar con el realismo al imaginar escenarios sangrientos en los que coloca en situación de oposición las emociones.
La guerra es el pretexto para el director, para en ella colocar un grupo de bastardos en el frente aliado con la misión de una secuencia de exterminio cruento y aleccionador. Sin embargo no es menor sagaz para identificar en la tropa alemana a oficiales con elevada inteligencia y disciplina para desarrollara la campaña del horror que significó la búsqueda (caza) de judíos en los territorios ocupados.
Tarantino no está interesado en el registro histórico ni en la secuencia lógica del conflicto. Su ficción indaga también, y con maestría, los estados anímicos alterados y aguzados por la astucia, la crueldad y el miedo. La que se necesita para hacer cine y mostrar los efectos del cine dentro de una misma película. Lo hace por actos y con desenlaces impensables.
Se detiene en los rostros, en aquellas expresiones faciales y señas particulares de las emociones, y consigue los efectos deseados con grandes cualidades actorales y encanto de los protagonistas: el dulce rostro de una mujer marcado por la traumática necesidad de venganza; la mirada y sonrisa cándida y casi infantil de un oficial alemán que es aclamado por sus hazañas de guerra; la del dolor de un hombre bueno que es obligado a faltar a su palabra.
En esos extremos, a veces intolerables y provocadores, Tarantino construye un mensaje que coloca al ser humano en el umbral de la negación de sus valores; quizá al mismo lugar en el que se ubica el holocausto y cualquier otro escenario de caos y guerra. En los cuales se pone a prueba la resistencia física y el equilibrio emocional.
El filme es equilibrado con magníficas escenografías, sentido estético en la composición, extraordinaria musicalización sinfónica y control absoluto de la fotografía.
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